Dicen que el periodismo es una de las profesiones más antiguas de la historia. Lo innegable es que desde siempre las personas han estado interesadas por saber lo que ocurre, por saber como es la realidad que hay más allá de sus ojos. Ese es el espíritu del periodismo, dar a conocer la realidad.
Sin embargo esa realidad a veces puede ser distorsionada. Está en boca de cualquier periodista su compromiso por perseguir la verdad, aunque en la mayoría dicho compromiso cae por el retrete, con las ganas de tirar de la cadena.
Dicen que en los archivos fúnebres, las vidas de los fallecidos se engrandecen, se magnifican, y en algunos medios, las vidas de los poderosos sufren el mismo fenómeno. Leer algunas líneas, escuchar algunas palabras o mirar algunas expresiones suponen una celebración de la vida del no difunto, del mandamás de la vida nuestra, cuya obra y milagros es engrandecida hasta limites insospechados.
Desprenderse del corsé del poderoso, de la opresión del ''quien paga, manda'' supone un requisito indispensable para la supervivencia del periodismo, antes de caer en los boletines propagandísticos, en el que cualquier atisbo de critica es borrado de un plumazo, y cualquier estilo de disidencia prohibido.
La supervivencia del periodismo es un asunto que requiere de una operación a corazón abierto. Las enfermedades que atacan el cuerpo de la buena prensa se expanden a un ritmo insospechado, y la posibilidad de recuperación del paciente es cada día un poco más complicada.
Las 'fake news', termino inglés para definir a la mentira, la noticia falsa, la no información dada por contrastada, es otro de esos virus letales. En tiempos 3.0, con más aparatos tecnológicos que neuronas en el cerebro, la mentira se propaga con una rapidez insospechada, mucho más rápida que el tren de Extremadura. Combatir la falsedad es el trabajo del periodista, de aquel que quiera dedicarse a eso por algo más que un buen sueldo. Combatirla con verdades irrefutables, con palabras innegables.
Pero como el periodismo es un cuerpo, dejaremos que se pudra hasta que su alto estado de descomposición sea el suficiente para darle sepultura. Exactamente lo mismo que hacemos los humanos con otros tantos humanos.
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