De santo el 19 de marzo y de flequillo llamativo, Pepe Oneto era algo más que un detalle capilar. Los más jóvenes, lo que ahora llaman 'millenials', lo conocerán de alguna tertulia de la televisión, pero su carrera fue más extensa que un rato de debate.
Empezó a trabajar en el diario Madrid, cuando cierto dictador decidía aún los designios de la España nuestra, y cuando trabajar en ese periódico no era de buen gusto para la única alternativa posible. Allí Oneto ganó prestigio, y algún que otro disgusto. Hizo buenas migas con Miguel Ángel Aguilar, otro de los referentes, que le despedía cariñoso desde la Cadena SER.
Y cuando el Madrid cerró, lo cerraron, tuvo que buscarse el pan en otro lado. Pese a que la dictadura había dado la orden de censurarle, nadie pudo callarle. Encontró trabajo en France Press, agencia de noticias, y luego llegó a Cambio 16, revista insigne de la lucha por la democracia, que llegó a dirigir, con una popularidad por las nubes, y un prestigio en el mismo lugar.
Su flequillo, marca característica de su presencia, ganaba a la dictadura, con prestigio y buen hacer. Nadie podía callarle. Llegó a entrevistar, que no a besuquear, al rey Juan Carlos, cuando éste todavía era una figura reciente, y cuando estaba bien visto.
Luego dirigió la revista 'Tiempo', del Grupo Zeta, y dio el salto a la televisión, en los informativos de Antena 3, estando al frente de los mismos durante un par de años. Desde allí aupó programas como 'Extra Rosa', que marcaron un estilo en la televisión del corazón.
Los últimos años los había pasado comentando lo que ocurría, viendo como el futuro cambiaba y el presente se deshacía, viendo como caían secretarios generales que llegaban a Moncloa y como la manera de hacer la política cambiaba, para no cambiar.
En los últimos tiempos tuvo el regalo de participar en la refundación desde Telemadrid, desde el consejo de administración. Fue su último regalo al buen periodismo. Gracias por todo y descansa en paz.
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