David Jiménez duró apenas un año como director de 'El Mundo' pero los ecos de su mandato aún se dejan escuchar en el periodismo español. El corresponsal se encuentra en plena promoción de su libro 'El Director', en el que cuenta su periodo en plenos despachos, algo que dejaría tocado a cualquiera con buen gusto.
Jiménez pagó de novato en pleno aterrizaje a la sede del periódico, después de un ''exilio'' como corresponsal en Asia. Pisar la calle debe ser una de las ventajas del periodista, liberado de la asfixia tóxica que contamina las redacciones.
El panorama que contagiaba esta, pero seguramente el resto sería igual, desmadrada redacción, invitaba a pensar más en un mercado de barrio que en el lugar donde se elaboraban las noticias. Allí ya no se gritaban últimas horas, sino que se gritaban viajes bien costeados, a lugares como Tanzania, o regalos suculentos. Voces de aspirantes a presentadores de teletienda se perdían entre las paredes que antaño escuchaban titulares concisos pero capaces de derribar presidentes. Ahora los de arriba derribaban a los redactores.
Nadie, ni siquiera él, podía escapar a los tentáculos del poder. Por su teléfono desfilaron las voces de los más poderosos de España, con peticiones más o menos cariñosas, pero siempre con la intención de escuchar un sí.
Jiménez tenía un problema para ser director de un periódico: tener moral. Cuando la democracia se ''consolida'', es más fácil que los de arriba, ni demócratas ni dictadores, ellos solo buscan su interés, su beneficio y su consolidación.
Jiménez era y es buen periodista. Y eso en España ni lo valoran los ciudadanos ni es del agrado de los que ostentan un mínimo poder. Hoy las noticias no se preparan en sillas de redacciones, ni tampoco en el lugar de los hechos. Hoy se fabrican en sillones de despachos. Algo va mal.
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