Hoy se celebra el día de la libertad de prensa. Un día en el que deberíamos celebrar que gozamos de tal derecho, pero que cada año se convierte en una ocasión primaveral de recordar la decadencia del periodismo, victima de aquellos que no creen en el poder de la verdad, mayoritariamente porque no es de su interés.
La verdad debe ser libre, pero hoy esa verdad es violentada, silenciada o distorsionada, por tentáculos anónimos, cuyos designios sufren los rostros, el de los periodistas que dan su cara para que uno de ''los de arriba'' intente partírsela.
Esta jornada sirve para que siempre miremos las cifras, y nos alarmemos con esas cifras. Los números dicen que el año pasado fueron asesinados 66 periodistas en todo el mundo, y en los pocos meses que lleva 2019 en el calendario ya son 10. La cifra promete ir en aumento, porque la barbarie de los silenciadores nunca acabará. Otros números dicen que solo el 10% de la población mundial vive en un país en el que los periodistas pueden ejercer libremente su función informativa.
No se crean que España, que intenta vociferar sus pasos de progreso, es uno de esos. En nuestro ámbito periodístico hemos visto destituciones tan bochornosas como las de Jesús Cintora o Javier Ruíz, o episodios de tómbola como cuenta David Jiménez en su libro 'El Director'.
Pero abandonemos la dictadura de las cifras. Detrás de cada número hay una historia, una historia de una vocación truncada, una historia de un atentado a la democracia, que queda invisible ante el resto de los mortales, más acostumbrados a tragarse lo que ven que a pedir un periodismo justo.
Quizás en los últimos meses hayamos visto un mayor reflejo popular con el asesinato de Jamal Khasoggi, pero sepan que él solo fue una victima más, pero que se están matando, se están censurando, periodistas. Es hora de que salgamos a la calle y luchemos, porque un periodismo libre sí es posible.
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