Quién nos iba a decir hasta hace unos días que los dos debates serían realidad. Este año la campaña electoral ha sumido a los medios en un especial torbellino de quieros y ya no quieros, que han dañado tanto al prestigio de los medios afectados como a los ciudadanos.
Pedro Sánchez, el presidente, se ha contagiado del virus Rajoy, el cual te lleva a creerte que en tu posición de presidente de Gobierno puedes hacer lo que quieras, por encima del respeto a las personas, a todos aquellos que, de uno u otro medio, se han esforzado por preparar los contenidos.
Y es que este año ha sido el que más miedo hemos tenido a quedarnos sin debate electoral. Desde 2008 no falta uno, pero antes tuvimos que pasar por quince años, tres lustros, de silencio, de campañas electoral a una sola voz, la del mitin que quisieras escuchar. Se reirían de nosotros en EEUU si nos vieran, pero aquí somos así.
Un debate electoral no debe ser una opción, debe ser una obligación. Y en ningún caso se puede limitar a los medios la realización de esos debates, en función de a quienes lleven o a quienes no. En caso de que eso ocurra será la Junta Electoral Central, aplicando una ley obsoleta, la que habrá matado un símbolo de la democracia.
Porque en campaña tenemos que tener la posibilidad de escuchar todas las voces, de conocer todas las propuestas, y es, o debe ser, obligación de los medios facilitarnos ese derecho.
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